lunes, 9 de septiembre de 2019

Santa Utopía

De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra.  A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales y a quien conocí en los tiempos de aquélla marcha ferrocarrilera. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene, y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.

lunes, 29 de julio de 2019

¿Se puede decir Adios?



“…los que no han vivido esa experiencia –dice un sobreviviente del fascismo alemán- nunca sabrán lo que fue; los que la han vivido no la contarán nunca; no verdaderamente, no hasta el fondo”. ¿Hay escritura o creación posible después de Awschitz?, se preguntaba Teodoro Adorno. Y Jean Francoise Lyotard: "No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.

Hay allí una experiencia inenarrable, pues, que convierte a quienes escapan de ella, como León Felipe, en llaga pura. Llaga pura a la cual, si se es afortunado como Felipe, le queda “sólo la palabra”:  
Hay dos Españas
la del soldado y la del poeta (....)
Esta es la canción del poeta vagabundo
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la canción antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante en el mundo... 
Las dimensiones del vacío del poeta español las conocerán luego los exilados centroamericanos y sudamericanos:
Las manos (...)
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan
Son palabras de la guatemalteca Alaíde Foppa, y su compatriota Luis Cardoza y Aragón:
Ya no tengo otro quehacer
Que ver caer la lluvia
Un indultado
Un fraudulento
Un naúfrago soy
Un prorrogado (...)
Yo soy el puro exilio.
Un argentino escribe:
"¿Cómo decir adios? ¿Se puede decir adios? (... ) ¿Adios sin adios?” Y un segundo: “La desdicha esencial de esta ruptura no puede superarse (... ) Los logros de cualquier exilado están permanentemente carcomidos por su sentido de pérdida”.
¿Qué han visto que los resuelve a aceptar la pérdida?; ¿qué saben o imaginan que sucede mientras ellos salvan el pellejo?, ¿y qué experimentan en la marcha? Jean Francois Steiner recuerda el segundo paso del método científico de los SS de la Alemania nazi para los judíos, al conducir a los de una aldea a una encrucijada entre dos calles:
“-Cuando hemos visto el gentío separarse en dos brazos, todo el mundo se ha preguntado: ¿Qué pasa, qué significa esto? Mi marido me ha dicho que esta noche algunos no dormirán en sus camas. De momento no he comprendido; entonces ha añadido que era el momento de no equivocarse. Quería que yo echase hacia la izquierda con nuestra hijita y él hacia la derecha. Yo no he querido...
“Hemos buscado un indicio que nos señalase la buena dirección (...) El primer soldado que formaba el filo de aquel tejamadar, era un auténtico alemán, alto, rubio, muy guapo. Nos miraba amistosamente, con una leve sonrisa(...) Mi marido me murmuró algo al oído (...) A la derecha, pronto (... ) "Me explicó que cuando le había visto sonreír con conmiseración mirando la oleada que iba a la izquierda, comprendió (... ) No vi llegar el bosque. De pronto gritos, golpes, alambradas, y un hedor terrible”, a pilas de cadáveres, a los cuales los ha conducido la sonrisa del guapo soldado alemán.
“El efectivo de trabajadores judíos en Treblinka –concluye Steiner- era de un millar. El precio de la pensión (...) calculado en cabezas (... ) se elevaba, pues, a quince unidades diarias…”
También se asiliaron aquí judíos, principalmente polacos, y comunistas alemanes que semicompletaban un largo periplo, pues volverían a su tierra tras el muro de Berlín. 

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Mis agrias discusiones con mamá cuando regresó al pueblo natal eran de fantasma a fantasma, pues debió reinventarse desvaneciendo en una suerte de limbo sus treinta y seis años mexicanos, como una vez hizo con los treinta y dos anteriores.  

Por el número, por el momento en que se produce y por su sentido colectivo, el exilio de los suyos es el más significativo entre los muchos que México recibe.

Herederos de esos aproximados treinta mil hombres, mujeres y niños, reivindican los aportes que los suyos hicieron al país, frecuentemente con tintes clasistas y de raza. Casi no existe para ellos el grueso del transtierro, formado por obreros, campesinos y amas de casa. Así traicionan la historia toda, a veces hasta interpretar al mexicano como gesto utilitario para hacerse de una intelectualidad que estas tierras no pueden producir.
A su modo reproducen el espíritu de los conquistadores, con su aristotélica carga sin modernizar, que se vuelve sobre los propios descendientes, cuyos aportes están muy por debajo de los de sus padres. Se trata de un discurso machista, de paso, pues apenas hay mujeres en la en verdad larga lista de pensadores, escritores, maestros, médicos e ingenieros asilados. Quedan ocultas las asalariadas y las madres sin profesión, se diría, olvidando cuánto descansan las sociedades en el trabajo no remunerado.
Hay un gran drama allí: hijos e hijas que adjuran del arduo trabajo de generaciones batiéndose en regla contra la España de sombras, representación de la cristiandad que por cerca de cinco siglos toma del pasado sólo lo lóbrego y miente por sistema, adjurando, por ejemplo, de sus estrechos vínculos con África y con el esplendor “medieval”.
Allá ellas y ellos, que nos sirven de pretexto para recordar a las mayorías asiladas en el país. Como a sus ilustres hermanos y hermanas, las habita la tragedia.
En las notas de Illia Ehrenburg y de muchos otros sobre la Guerra Civil española, abundan las escenas de este tipo: “Tras el bombardeo una madre encontró una mano de su hija pequeña. La ajustó al torso y empezó a buscar la cabeza”.

jueves, 7 de febrero de 2019

Desdicha

Plugiera a Santa Utopía que pudiese -yo, no ella, se entiende- darle forma a mis archivos. 
Los exilios mueren de pena, por ejemplo. Y con ellos, hombres, mujeres y niños a millones dejados atrás sin vida, bajo tortura, en infectas cárceles. España, Alemania, Polonia, Chile, Guatemala... durante el siglo XX. 
Escribí algo que ustedes leyeron y deberían conocer también esto:

¿Se puede decir Adios?

Mis agrias discusiones con mamá cuando regresó al pueblo natal: de fantasma a fantasma, pues ella debió reinventarse desvaneciendo en una suerte de limbo sus treinta y seis años mexicanos, como una vez hizo con los treinta y dos anteriores.  
Por el número, por el momento en que se produce y por su sentido colectivo, el exilio de los suyos es el más significativo entre los muchos que México recibe.
Herederos de esos aproximados treinta mil hombres, mujeres y niños, reivindican los aportes que los suyos hicieron al país, frecuentemente con tintes clasistas y de raza. Casi no existe para ellos el grueso del transtierro, formado por obreros, campesinos y amas de casa. Así traicionan la historia toda, a veces hasta interpretar al mexicano como gesto utilitario para hacerse de una intelectualidad que estas tierras no pueden producir.
A su modo reproducen el espíritu de los conquistadores, con su aristotélica carga sin modernizar, que se vuelve sobre los propios descendientes, cuyos aportes están muy por debajo de los de sus padres. Se trata de un discurso machista, de paso, pues apenas hay mujeres en la en verdad larga lista de pensadores, escritores, maestros, médicos e ingenieros asilados. Quedan ocultas las asalariadas y las madres sin profesión, se diría, olvidando cuánto descansan las sociedades en el trabajo no remunerado.
Hay un gran drama allí: hijos e hijas que adjuran del arduo trabajo de generaciones batiéndose en regla contra la España de sombras, representación de la cristiandad que por cerca de cinco siglos toma del pasado sólo lo lóbrego y miente por sistema, adjurando, por ejemplo, de sus estrechos vínculos con África y con el esplendor “medieval”.
Allá ellas y ellos, que nos sirven de pretexto para recordar a las mayorías asiladas en el país. Como a sus ilustres hermanos y hermanas, las habita la tragedia.
En las notas de Illia Ehrenburg y de muchos otros sobre la Guerra Civil española, abundan las escenas de este tipo: “Tras el bombardeo una madre encontró una mano de su hija pequeña. La ajustó al torso y empezó a buscar la cabeza”.
“…los que no han vivido esa experiencia –dice un sobreviviente del fascismo alemán- nunca sabrán lo que fue; los que la han vivido no la contarán nunca; no verdaderamente, no hasta el fondo”. ¿Hay escritura o creación posible después de Awschitz?, se preguntaba Teodoro Adorno. Y Lyotard: No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.
Hay allí una experiencia inenarrable, pues, que convierte a quienes escapan de ella, como León Felipe, en llaga pura. Llaga pura a la cual, si se es afortunado como Felipe, le queda “sólo la palabra”:  
Hay dos Españas
la del soldado y la del poeta (....)
Esta es la canción del poeta vagabundo
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la canción antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante en el mundo... 
Las dimensiones del vacío del poeta español las conocerán luego los exilados centroamericanos y sudamericanos:
Las manos (...)
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan
Son palabras de la guatemalteca Alaíde Foppa, y su compatriota Luis Cardoza y Aragón:
Ya no tengo otro quehacer
Que ver caer la lluvia
Un indultado
Un fraudulento
Un naúfrago soy
Un prorrogado (...)
Yo soy el puro exilio.
Un argentino escribe:
"¿Cómo decir adios? ¿Se puede decir adios? (... ) ¿Adios sin adios?” Y un segundo: “La desdicha esencial de esta ruptura no puede superarse (... ) Los logros de cualquier exilado están permanentemente carcomidos por su sentido de pérdida”.
¿Qué han visto que los resuelve a aceptar la pérdida?; ¿qué saben o imaginan que sucede mientras ellos salvan el pellejo?, ¿y qué experimentan en la marcha? Jean Francois Steiner recuerda el segundo paso del método científico de los SS de la Alemania nazi para los judíos, al conducir a los de una aldea a una encrucijada entre dos calles:
“-Cuando hemos visto el gentío separarse en dos brazos, todo el mundo se ha preguntado: ¿Qué pasa, qué significa esto? Mi marido me ha dicho que esta noche algunos no dormirán en sus camas. De momento no he comprendido; entonces ha añadido que era el momento de no equivocarse. Quería que yo echase hacia la izquierda con nuestra hijita y él hacia la derecha. Yo no he querido...
“Hemos buscado un indicio que nos señalase la buena dirección (...) El primer soldado que formaba el filo de aquel tejamadar, era un auténtico alemán, alto, rubio, muy guapo. Nos miraba amistosamente, con una leve sonrisa(...) Mi marido me murmuró algo al oído (...) A la derecha, pronto (... ) "Me explicó que cuando le había visto sonreír con conmiseración mirando la oleada que iba a la izquierda, comprendió (... ) No vi llegar el bosque. De pronto gritos, golpes, alambradas, y un hedor terrible”, a pilas de cadáveres, a los cuales los ha conducido la sonrisa del guapo soldado alemán.
“El efectivo de trabajadores judíos en Treblinka –concluye Steiner- era de un millar. El precio de la pensión (...) calculado en cabezas (... ) se elevaba, pues, a quince unidades diarias…”
¿Qué imaginaba o sabía mamá sobre los miles a quienes dejó atrás en octubre de 1937, cuando a la carrera subió a los por fuerza insuficientes barcos que el gobierno del abuelo consiguió para escapar a la bestia mordiéndolos por cuatro costados, así el poniente del mar quedara libre, pues el cielo era también un plano, quizás el más feroz en su cuadro de terror.