“…los que no han vivido esa experiencia –dice un
sobreviviente del fascismo alemán- nunca sabrán lo que fue; los que la han
vivido no la contarán nunca; no verdaderamente, no hasta el fondo”. ¿Hay
escritura o creación posible después de Awschitz?, se preguntaba Teodoro
Adorno. Y Jean Francoise Lyotard: "No
puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el
sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé
hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.
Hay allí una experiencia inenarrable, pues, que
convierte a quienes escapan de ella, como León Felipe, en llaga pura. Llaga
pura a la cual, si se es afortunado como Felipe, le queda “sólo la
palabra”:
Hay dos Españas
la del soldado y la del poeta (....)
Esta es la canción del poeta vagabundo
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y
la pistola.
Mía es la canción antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante
en el mundo...
Las dimensiones del vacío del poeta español las
conocerán luego los exilados centroamericanos y sudamericanos:
Las manos (...)
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan
Son palabras de la guatemalteca Alaíde Foppa, y su
compatriota Luis Cardoza y Aragón:
Ya no tengo otro quehacer
Que ver caer la lluvia
Un indultado
Un fraudulento
Un naúfrago soy
Un prorrogado (...)
Yo soy el puro exilio.
Un argentino escribe:
"¿Cómo decir adios? ¿Se puede decir adios?
(... ) ¿Adios sin adios?” Y un segundo: “La desdicha esencial de esta ruptura
no puede superarse (... ) Los logros de cualquier exilado están permanentemente
carcomidos por su sentido de pérdida”.
¿Qué han visto que los resuelve a aceptar la
pérdida?; ¿qué saben o imaginan que sucede mientras ellos salvan el pellejo?,
¿y qué experimentan en la marcha? Jean Francois Steiner recuerda el segundo
paso del método científico de los SS de la
Alemania nazi para los judíos, al conducir a los de una aldea a una
encrucijada entre dos calles:
“-Cuando hemos visto el gentío separarse en dos
brazos, todo el mundo se ha preguntado: ¿Qué pasa, qué significa esto? Mi
marido me ha dicho que esta noche algunos no dormirán en sus camas. De momento
no he comprendido; entonces ha añadido que era el momento de no
equivocarse. Quería que yo echase hacia la izquierda con nuestra hijita y
él hacia la derecha. Yo no he querido...
“Hemos buscado un indicio que nos señalase la buena
dirección (...) El primer soldado que formaba el filo de aquel tejamadar, era
un auténtico alemán, alto, rubio, muy guapo. Nos miraba amistosamente, con una
leve sonrisa(...) Mi marido me murmuró algo al oído (...) A la derecha,
pronto (... ) "Me explicó que cuando le había visto sonreír con
conmiseración mirando la oleada que iba a la izquierda, comprendió (... ) No vi
llegar el bosque. De pronto gritos, golpes, alambradas, y un hedor terrible”, a
pilas de cadáveres, a los cuales los ha conducido la sonrisa del guapo soldado
alemán.
“El efectivo de
trabajadores judíos en Treblinka –concluye Steiner- era de un millar. El precio
de la pensión (...) calculado en cabezas (... ) se elevaba,
pues, a quince unidades diarias…”
También se asiliaron aquí judíos, principalmente polacos, y comunistas alemanes que semicompletaban un largo periplo, pues volverían a su tierra tras el muro de Berlín.
También se asiliaron aquí judíos, principalmente polacos, y comunistas alemanes que semicompletaban un largo periplo, pues volverían a su tierra tras el muro de Berlín.
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Mis agrias discusiones con mamá cuando regresó al pueblo natal eran de fantasma a fantasma, pues debió reinventarse desvaneciendo en una suerte de limbo sus treinta y seis años mexicanos, como una vez hizo con los treinta y dos anteriores.
Por el número, por el momento en que se
produce y por su sentido colectivo, el exilio de los suyos es el más
significativo entre los muchos que México recibe.
Herederos de esos aproximados treinta mil
hombres, mujeres y niños, reivindican los aportes que los suyos hicieron al
país, frecuentemente con tintes clasistas y de raza. Casi no existe para ellos
el grueso del transtierro, formado por obreros, campesinos y amas de casa. Así
traicionan la historia toda, a veces hasta interpretar al mexicano como gesto
utilitario para hacerse de una intelectualidad que estas tierras no pueden
producir.
A su modo reproducen el espíritu de los
conquistadores, con su aristotélica carga sin modernizar, que se vuelve sobre
los propios descendientes, cuyos aportes están muy por debajo de los de
sus padres. Se trata de un discurso machista, de paso, pues apenas hay mujeres
en la en verdad larga lista de pensadores, escritores, maestros, médicos e
ingenieros asilados. Quedan ocultas las asalariadas y las madres sin profesión,
se diría, olvidando cuánto descansan las sociedades en el trabajo no
remunerado.
Hay un gran drama allí: hijos e hijas que
adjuran del arduo trabajo de generaciones batiéndose en regla contra la España
de sombras, representación de la cristiandad que por cerca de cinco siglos toma
del pasado sólo lo lóbrego y miente por sistema, adjurando, por ejemplo, de sus
estrechos vínculos con África y con el esplendor “medieval”.
Allá ellas y ellos, que nos sirven de
pretexto para recordar a las mayorías asiladas en el país. Como a sus ilustres
hermanos y hermanas, las habita la tragedia.
En las notas de
Illia Ehrenburg y de muchos otros sobre la Guerra
Civil española, abundan las escenas de este tipo: “Tras el bombardeo una
madre encontró una mano de su hija pequeña. La ajustó al torso y empezó a
buscar la cabeza”.