sábado, 4 de junio de 2022

El Güitas

Igualmente “azarosa” resultó la historia del Güitas para desaparecer.
Después de lo del dedo fue de viaje a su pueblo, como él mismo y otros hacían de vez en vez. En su caso yo imaginaba que el motivo era agarrar fuerza donde estaban sus recuerdos y se lo respetaba, para continuar la vida de la ciudad y sus alrededores, en los que una persona podía andar kilómetros sin que nada ni nadie lo reconociera, convertido en paisaje, digamos.
Si bien él no acostumbraba a perderse en ese anonimato, y salía muy poco de las dos docenas de manzanas en torno a su casa en la San Miguel, que eran una especie de extensión de sus rumbos en Zacatecas. Pero no había fábrica en la que hiciera huesos viejos y se incorporara de lleno a las cofradías de los compañeros de trabajo. Para nosotros eso tenía la virtud de ir dejando la semilla del descontento en muchos lados, cuyos frutos a ratos recogíamos luego.
No nos dábamos cuenta de que a pesar de lo seguido que hablábamos con él de cosas personales, fuera de Fidel, la Lombriz y sus demás paisanos, lo entendíamos muy poco.
Se fue de paseo al pueblo, pues, y a los quince días recibimos la noticia:
-Mató a dos.
Se intuía la violencia contenida en Guadalupe, ¿pero matar a alguien? ¿Dónde quedaba su esencial nobleza y el espíritu de justicia que no nos inventábamos había en él? ¿Dónde? Precisamente en los pormenores del suceso.
Corría el dinero fácil en el pueblo, cuando el tráfico de drogas resultaba cuestión de niños comparado con el de después, pero dejaba ya buenos dividendos. Eso hacía que todas las semanas hubiera juegos de naipes con montes que daban para vivir por meses a una familia. Los organizaba el par de narcos de la región.
Con ellos echó unas manos el Güitas. Al terminar, hasta el último peso sobre la mesa estaba del lado de él. Los malos, que lo eran de veras, sacaron las pistolas, y obligarlo a dejar la cosecha de horas de batallar contra sus trucos, les dio ocasión para cobrarse lo que realmente les dolía, y no el dinero, que podían reponer en un santiamén: el orgullo sobajado. De modo que, a la vista de los que habían abarrotado la cantina tras los rumores rápidamente esparcidos, se divirtieron de lo lindo humillando al de la San Miguel.
Fiel a los mismos principios de cuando armaba borlote en la fábrica, por un maltrato a su persona o a la de sus compañeros, Guadalupe fue a su casa y tomó el rifle. Con la paciencia y el olfato del buen cazador que había sido desde niño, se apostó en un árbol sobre el camino que los tipos debían recorrer.
Nunca más, hasta hoy, volvimos a verlo. Que estaba vivo se sabía por los chismes.
Quiera Dios así siga y lea esto.

sábado, 7 de mayo de 2022

Kelley

 

Pasó el tiempo y encontré a Kelley en tierras semidesérticas inconcebibles para él, sin destino adonde dirigirse:

¿Cómo es su universo interno, con miles de días y noches acumulados? Imaginemos, por ejemplo, una mañana cuando tenía dos años de edad. Las paredes, el techo, el piso, todo en el modestísimo hogar de la familia huele a una tierra que, como cualquier otra, despide perfumes y tiene tonos y calidades sólo suyos. Las tres o cuatro sillas y la mesa de madera que hay allí, con las historias privadas que relatan sus cicatrices, están tan dentro de él como el padre, la madre, la media docena de hermanos y hermanas. Mira a la más pequeña que duerme, luego al triángulo de luz viscosa de la media mañana estirándose desde el hueco de la puerta abierta, al pie de la cual descubre una vara que lo hipnotiza.

Mientras cumple la decena de pasos que lo separan de ella, cae girando, remisa, en el aire, una hoja, el reflejo de la punta de un cuchillo estalla en sus ojos, la nariz se queja por un granillo de tierra, el rabillo del ojo descubre el reptar apurado de una araña, canta un mirlo, un mirlo y no un pájaro a secas, cuyo trino para el pequeño James no delata todavía a un ser concreto y es un trozo más de eso incomensurable de lo cual él también forma parte. Alcanza el cuadro de la puerta, se agacha para tomar la vara, que se escapa en una mano venida de la nada y que enseguida descubre a la muchacha en la cual se remata y su gesto socarrón, divertido con el efecto que produce en él, en el niño, quien continúa sus lecciones sobre el mundo en disputa. Ella se da la vuelta con un aire triunfal coronado por el vuelo de su cabello largo y castaño, que es un acto de encantamiento al cual por años quedará sometido él.

¿Dónde están ahora la hermana que duerme, la tierra, el triángulo de luz, el canto del mirlo, la vara, la cabellera que se agita? ¿Cómo andan dentro suyo el padre y la madre, la obligada mujer y los obligados hijos e hijas de sus treinta años de edad, sino murieron por hambre?

jueves, 11 de marzo de 2021

Si hubiera diez Tixtlas...

 -Si hubiera diez Tixtlas, México sería la gran utopía cumplida.

¿Porque pensé eso un domingo cuando los demás corrían e iba pasito a pasito, aquí sin registrar más que el empedrado y los cantos y allá hablando con un viejo como yo, que vendía helados sobre su bicicleta?

-¿Dónde vive? -le pregunté de tú a tú, tras alabarnos por nuestro buen estado, él deferentemente, que así ha de hacerse con un fuereño. Solo nosotros nos aplaudiríamos, claro, empeñados los otros en remontar los días de responsabilidades.

-¿Ve aquellos cerros? -dijo señalando al fondo que se alzaba entre cañadas. -Hasta mero arriba.

-¿Y sube bien?

-Ligerito cada mañana y tarde.

Hablaba en correcta castilla, sin transitar por su lengua madre, bien conservada según presumió con orgullo.

Como él, todos y todas en la pequeña ciudad cuyas mujeres parecían arrojadas y echaban a un lado ostentaciones inútiles por cuánto lo habían probado. ¿De qué manera?, quise saber mientras hurgaba en mis conocimientos librescos, que encontraron solo el pasado reciente, confirmado meses luego, al volver para verlas en la intimidad descubierta como reto ante un yo siempre silencioso, al modo de ahora, cuando me despedí de mi par y fui puro recreo de árboles y pájaros cuyo nombre desconocía, la laguna exterior y, antes que nada, rostros, andares, saludos, silencios significativos, trenzas, sombreros, huipiles, huaraches, aromas humanos.

Por algo aquí nació el padre de la real literatura mexicana, Ignacio Manuel Altamirano.

"Los indios en Tixtla eran descendientes de los pontífices de México y ellos mismos habían sido y seguían siendo teopixcatin, es decir los conservadores de los misterios antiguos; continuaron disfrutando de la veneración que les tributaban los pueblos comarcanos y ostentando toda la autoridad que les daba su carácter sagrado.

"Quizás en nuestro tiempo mismo, guardan todavía con el rigoroso secreto de las religiones proscritas algo de sus tradiciones hieráticas, en el fondo de sus prácticas cristianas que todavía no comprenden bien. Testigo de ello es la danza sagrada que aparece periódicamente durante ciertas fiestas católicas, la cual no se conserva en ninguna parte de la República y en que aparecen los teopixcatin aztecas, con el tipo, los colores, los paramentos, y las largas cabelleras de los viejos sacerdotes del templo mayor de México, bailando acompasadamente al son de un magnífico toponaxtle y entonando una especie de salmódia, cuyas palabras misteriosas y canto ronco y lúgubre acusan un origen anterior a la conquista. 

"Los indios contemplan esta danza con un respeto religioso que no se cuidan de disimular y admiran la destreza singular con que uno de los juglares que acompañan a los sacerdotes juega con los piés y tendido boca arriba sobre una manta, un trozo de madera, de forma cilíndrica, lleno de geroglíficos y que se llama quautatlaxqui. 

"Después de las fiestas, sacerdotes, juglares, toponaxtle y vestidos desaparecen, sin que nadie pueda averiguar quiénes formaron la danza, pues los danzantes se pintan de negro y se cubren con una máscara antigua. Ni los curas, ni las autoridades españolas, ni el tiempo, ni las leyes de Reforma han sido bastantes para hacer olvidar esta danza tradicional que parece ser el hilo que perpetúa los recuerdos sacerdotales de la vieja colonia mexicana. Hay que advertir que en Tixtla, la población de indios domina por su mayoría, por sus riquezas, por su altivez y por su inteligencia en todo género de agricultura. 

"Este dominio es tal, que la lengua misma de los españoles fué influida al grado de que no puede llamarse castellana allí, pues sobre cien palabras que un habitante de origen español pronuncia, cincuenta, son aztecas y cincuenta españolas."

Esta Red de agujeros quería contar la historia del país desde el Sur al cual pertenece Tixtla y fracasó

   

 

F:jJf-   

sábado, 16 de mayo de 2020

El Sostén del Cielo y sus cenizas


 El personaje que nos guía es James Tayler, primer comandante general del ejército estadounidense que en 1846 invade México, quien luego presidiría el Capitolio.
 
Por razones que el texto no aclara, la imagen es de un jefe sioux.

En 1763 el jefe Pontiac y sus médicos-profetas recibían el mensaje del Amo de la Vida y lo lanzaban al viento: los blancos no son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso liquidarlos. Pero veinte años después sus palabras no habían alcanzado el nuevo reto que se abría a la colonización, donde se instalaron los Taylor. Qué de extraño. El de los indios de Norteamérica es un mundo. Un mundo de leyes particulares, con su par de continentes separados por el río Mississippi, y sus países a montones.
Pontiac había hablado desde la nación de los Ottawas, hacia los Grandes Lagos donde se fijaría la frontera de Canadá. Allí donde mucho después la memoria aseguraría que el primero de los hombres debió vencer a gigantes y magos, al espíritu de la noche y a una corte de demonios, duendes, brujas y caníbales. Lo aseguraría sin saberlo a lo cierto, pues pasada la mesiánica rebelión no quedaría siquiera lo suficiente para crear una reserva y las viejas leyendas serían una confusión de estampas desdibujadas por los años y de exóticas interpretaciones blancas. De qué manera saber así, por ejemplo, cómo era en verdad Gran Conejo, su magia y los prodigios de los espesos bosques que recorría a saltos de kilómetro.
       En todo caso el país de Pontiac, a pesar de su vida aldeana y sus campos de maíz, comunes al conjunto de los pueblos al Este del Mississippi, estaba a una gran distancia física y mental de las naciones cerca de las cuales crecería Taylor. En particular, de los últimos hijos naturales de los Apalaches, los cheroquies, que habían sido amos de los enormes territorios que caen a un lado y a otro de esas montañas. Una nación que descendía de la gran cultura que cuatro siglos antes de la llegada de los europeos había florecido en los campos del sudeste: la de centros de incipiente vida urbana, con sus plazas, sus templos ceremoniales y sus residencias para las elites, en torno de los cuales se desgranaban las aldeas y las huertas irrigadas.
       A diferencia de la mayoría de los pueblos de Este medio norteamericano, ellos apenas hacia mediados del siglo XVIII habían enfrentado el gran choque con los extraños. Eran extraños absolutos, no comparables ni con los nómadas del país fantasma, la Tierra de Sombras del Oeste, justo tras el sagrado Mississippi, que según una leyenda descendían de la tribu que se negó a seguir los consejos del dios fundador vuelto hombre y no conocían el cultivo de las plantas, los secretos de los cestos o el favor de las plegarias.
       Los otros, cósmicos forasteros venían de más lejos todavía que el Galun´lati, el confín al cual fue expulsado Uktena, el monstruo del agua, haciendo vacilar las historias de los ancianos. Pero los cheroquies trataron con los blancos y buscaron sacar partido de la situación, vendiéndoles los derechos de una buena parte de sus campos. ¿Por qué no si a pesar de la constancia secular de su vida aldeana, de sus cultos y divisiones del trabajo, igual o mejor que cualquier otro pueblo indio se acostumbraron a los continuos e imprevisibles reacomodos de un mundo donde la vida sedentaria se ensanchaba o estrechaba de súbito y las migraciones eran un fenómeno estructural?
       Cerca de los años mil ochocientos no sólo cedían las tierras de Tennesse y Kentucky, cuya administración se encargaba a Taylor padre, y sellaban pactos con los recién llegados. Atendían a sus pastores de almas, tomaban su alfabeto para darse una lengua escrita, hacían alianzas matrimoniales con ellos y abrían espacios para la plena propiedad privada que, en unos cuantos radicales casos, permitían crear estancias trabajadas por esclavos negros.
       ¿Había pecado en ello? ¿Olvidarían de ese modo que todo comenzó cuando la tierra se desprendió de las cuerdas de cuero pendientes de los costados del cielo y las enormes alas de un animal salido de las aguas donde la vida se había refugiado, crearon como sin querer, del lodo, las montañas maravillosas reservadas para ellos? ¿Renunciarían al sol concebido como mujer, al consejo de los sueños, al parentesco con Abuelo Águila y Abuela Araña, al conocimiento de Hombre Pequeño, capaz de transformar a los hombres en serpientes, de mover estrellas, de atemperar la luz o los vientos?
El hecho es que menos de cien años después no pueblan ya las ricas tierras aquéllas y no viven en pacíficos asentamientos agrícolas, sino en la América Árida a un lado y otro del Bravo, la región más lóbrega del País de Sombras del Oeste, y se especializan en feroces incursiones contra los blancos.
Eso, su presencia en estos lados y su belicosidad, quizás sorprendería al Rudo y Listo Viejo. Eso y nada más, ya que la primera parte del exilio cheroquie el general la conoce de primera mano.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Santa Utopía

De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra.  A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
- 0 -
Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales y a quien conocí en los tiempos de aquélla marcha ferrocarrilera. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene, y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.

lunes, 29 de julio de 2019

¿Se puede decir Adios?



“…los que no han vivido esa experiencia –dice un sobreviviente del fascismo alemán- nunca sabrán lo que fue; los que la han vivido no la contarán nunca; no verdaderamente, no hasta el fondo”. ¿Hay escritura o creación posible después de Awschitz?, se preguntaba Teodoro Adorno. Y Jean Francoise Lyotard: "No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.

Hay allí una experiencia inenarrable, pues, que convierte a quienes escapan de ella, como León Felipe, en llaga pura. Llaga pura a la cual, si se es afortunado como Felipe, le queda “sólo la palabra”:  
Hay dos Españas
la del soldado y la del poeta (....)
Esta es la canción del poeta vagabundo
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la canción antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante en el mundo... 
Las dimensiones del vacío del poeta español las conocerán luego los exilados centroamericanos y sudamericanos:
Las manos (...)
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan
Son palabras de la guatemalteca Alaíde Foppa, y su compatriota Luis Cardoza y Aragón:
Ya no tengo otro quehacer
Que ver caer la lluvia
Un indultado
Un fraudulento
Un naúfrago soy
Un prorrogado (...)
Yo soy el puro exilio.
Un argentino escribe:
"¿Cómo decir adios? ¿Se puede decir adios? (... ) ¿Adios sin adios?” Y un segundo: “La desdicha esencial de esta ruptura no puede superarse (... ) Los logros de cualquier exilado están permanentemente carcomidos por su sentido de pérdida”.
¿Qué han visto que los resuelve a aceptar la pérdida?; ¿qué saben o imaginan que sucede mientras ellos salvan el pellejo?, ¿y qué experimentan en la marcha? Jean Francois Steiner recuerda el segundo paso del método científico de los SS de la Alemania nazi para los judíos, al conducir a los de una aldea a una encrucijada entre dos calles:
“-Cuando hemos visto el gentío separarse en dos brazos, todo el mundo se ha preguntado: ¿Qué pasa, qué significa esto? Mi marido me ha dicho que esta noche algunos no dormirán en sus camas. De momento no he comprendido; entonces ha añadido que era el momento de no equivocarse. Quería que yo echase hacia la izquierda con nuestra hijita y él hacia la derecha. Yo no he querido...
“Hemos buscado un indicio que nos señalase la buena dirección (...) El primer soldado que formaba el filo de aquel tejamadar, era un auténtico alemán, alto, rubio, muy guapo. Nos miraba amistosamente, con una leve sonrisa(...) Mi marido me murmuró algo al oído (...) A la derecha, pronto (... ) "Me explicó que cuando le había visto sonreír con conmiseración mirando la oleada que iba a la izquierda, comprendió (... ) No vi llegar el bosque. De pronto gritos, golpes, alambradas, y un hedor terrible”, a pilas de cadáveres, a los cuales los ha conducido la sonrisa del guapo soldado alemán.
“El efectivo de trabajadores judíos en Treblinka –concluye Steiner- era de un millar. El precio de la pensión (...) calculado en cabezas (... ) se elevaba, pues, a quince unidades diarias…”
También se asiliaron aquí judíos, principalmente polacos, y comunistas alemanes que semicompletaban un largo periplo, pues volverían a su tierra tras el muro de Berlín. 

-0-
Mis agrias discusiones con mamá cuando regresó al pueblo natal eran de fantasma a fantasma, pues debió reinventarse desvaneciendo en una suerte de limbo sus treinta y seis años mexicanos, como una vez hizo con los treinta y dos anteriores.  

Por el número, por el momento en que se produce y por su sentido colectivo, el exilio de los suyos es el más significativo entre los muchos que México recibe.

Herederos de esos aproximados treinta mil hombres, mujeres y niños, reivindican los aportes que los suyos hicieron al país, frecuentemente con tintes clasistas y de raza. Casi no existe para ellos el grueso del transtierro, formado por obreros, campesinos y amas de casa. Así traicionan la historia toda, a veces hasta interpretar al mexicano como gesto utilitario para hacerse de una intelectualidad que estas tierras no pueden producir.
A su modo reproducen el espíritu de los conquistadores, con su aristotélica carga sin modernizar, que se vuelve sobre los propios descendientes, cuyos aportes están muy por debajo de los de sus padres. Se trata de un discurso machista, de paso, pues apenas hay mujeres en la en verdad larga lista de pensadores, escritores, maestros, médicos e ingenieros asilados. Quedan ocultas las asalariadas y las madres sin profesión, se diría, olvidando cuánto descansan las sociedades en el trabajo no remunerado.
Hay un gran drama allí: hijos e hijas que adjuran del arduo trabajo de generaciones batiéndose en regla contra la España de sombras, representación de la cristiandad que por cerca de cinco siglos toma del pasado sólo lo lóbrego y miente por sistema, adjurando, por ejemplo, de sus estrechos vínculos con África y con el esplendor “medieval”.
Allá ellas y ellos, que nos sirven de pretexto para recordar a las mayorías asiladas en el país. Como a sus ilustres hermanos y hermanas, las habita la tragedia.
En las notas de Illia Ehrenburg y de muchos otros sobre la Guerra Civil española, abundan las escenas de este tipo: “Tras el bombardeo una madre encontró una mano de su hija pequeña. La ajustó al torso y empezó a buscar la cabeza”.

jueves, 7 de febrero de 2019

Desdicha

Plugiera a Santa Utopía que pudiese -yo, no ella, se entiende- darle forma a mis archivos. 
Los exilios mueren de pena, por ejemplo. Y con ellos, hombres, mujeres y niños a millones dejados atrás sin vida, bajo tortura, en infectas cárceles. España, Alemania, Polonia, Chile, Guatemala... durante el siglo XX. 
Escribí algo que ustedes leyeron y deberían conocer también esto:

¿Se puede decir Adios?

Mis agrias discusiones con mamá cuando regresó al pueblo natal: de fantasma a fantasma, pues ella debió reinventarse desvaneciendo en una suerte de limbo sus treinta y seis años mexicanos, como una vez hizo con los treinta y dos anteriores.  
Por el número, por el momento en que se produce y por su sentido colectivo, el exilio de los suyos es el más significativo entre los muchos que México recibe.
Herederos de esos aproximados treinta mil hombres, mujeres y niños, reivindican los aportes que los suyos hicieron al país, frecuentemente con tintes clasistas y de raza. Casi no existe para ellos el grueso del transtierro, formado por obreros, campesinos y amas de casa. Así traicionan la historia toda, a veces hasta interpretar al mexicano como gesto utilitario para hacerse de una intelectualidad que estas tierras no pueden producir.
A su modo reproducen el espíritu de los conquistadores, con su aristotélica carga sin modernizar, que se vuelve sobre los propios descendientes, cuyos aportes están muy por debajo de los de sus padres. Se trata de un discurso machista, de paso, pues apenas hay mujeres en la en verdad larga lista de pensadores, escritores, maestros, médicos e ingenieros asilados. Quedan ocultas las asalariadas y las madres sin profesión, se diría, olvidando cuánto descansan las sociedades en el trabajo no remunerado.
Hay un gran drama allí: hijos e hijas que adjuran del arduo trabajo de generaciones batiéndose en regla contra la España de sombras, representación de la cristiandad que por cerca de cinco siglos toma del pasado sólo lo lóbrego y miente por sistema, adjurando, por ejemplo, de sus estrechos vínculos con África y con el esplendor “medieval”.
Allá ellas y ellos, que nos sirven de pretexto para recordar a las mayorías asiladas en el país. Como a sus ilustres hermanos y hermanas, las habita la tragedia.
En las notas de Illia Ehrenburg y de muchos otros sobre la Guerra Civil española, abundan las escenas de este tipo: “Tras el bombardeo una madre encontró una mano de su hija pequeña. La ajustó al torso y empezó a buscar la cabeza”.
“…los que no han vivido esa experiencia –dice un sobreviviente del fascismo alemán- nunca sabrán lo que fue; los que la han vivido no la contarán nunca; no verdaderamente, no hasta el fondo”. ¿Hay escritura o creación posible después de Awschitz?, se preguntaba Teodoro Adorno. Y Lyotard: No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.
Hay allí una experiencia inenarrable, pues, que convierte a quienes escapan de ella, como León Felipe, en llaga pura. Llaga pura a la cual, si se es afortunado como Felipe, le queda “sólo la palabra”:  
Hay dos Españas
la del soldado y la del poeta (....)
Esta es la canción del poeta vagabundo
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la canción antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante en el mundo... 
Las dimensiones del vacío del poeta español las conocerán luego los exilados centroamericanos y sudamericanos:
Las manos (...)
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan
Son palabras de la guatemalteca Alaíde Foppa, y su compatriota Luis Cardoza y Aragón:
Ya no tengo otro quehacer
Que ver caer la lluvia
Un indultado
Un fraudulento
Un naúfrago soy
Un prorrogado (...)
Yo soy el puro exilio.
Un argentino escribe:
"¿Cómo decir adios? ¿Se puede decir adios? (... ) ¿Adios sin adios?” Y un segundo: “La desdicha esencial de esta ruptura no puede superarse (... ) Los logros de cualquier exilado están permanentemente carcomidos por su sentido de pérdida”.
¿Qué han visto que los resuelve a aceptar la pérdida?; ¿qué saben o imaginan que sucede mientras ellos salvan el pellejo?, ¿y qué experimentan en la marcha? Jean Francois Steiner recuerda el segundo paso del método científico de los SS de la Alemania nazi para los judíos, al conducir a los de una aldea a una encrucijada entre dos calles:
“-Cuando hemos visto el gentío separarse en dos brazos, todo el mundo se ha preguntado: ¿Qué pasa, qué significa esto? Mi marido me ha dicho que esta noche algunos no dormirán en sus camas. De momento no he comprendido; entonces ha añadido que era el momento de no equivocarse. Quería que yo echase hacia la izquierda con nuestra hijita y él hacia la derecha. Yo no he querido...
“Hemos buscado un indicio que nos señalase la buena dirección (...) El primer soldado que formaba el filo de aquel tejamadar, era un auténtico alemán, alto, rubio, muy guapo. Nos miraba amistosamente, con una leve sonrisa(...) Mi marido me murmuró algo al oído (...) A la derecha, pronto (... ) "Me explicó que cuando le había visto sonreír con conmiseración mirando la oleada que iba a la izquierda, comprendió (... ) No vi llegar el bosque. De pronto gritos, golpes, alambradas, y un hedor terrible”, a pilas de cadáveres, a los cuales los ha conducido la sonrisa del guapo soldado alemán.
“El efectivo de trabajadores judíos en Treblinka –concluye Steiner- era de un millar. El precio de la pensión (...) calculado en cabezas (... ) se elevaba, pues, a quince unidades diarias…”
¿Qué imaginaba o sabía mamá sobre los miles a quienes dejó atrás en octubre de 1937, cuando a la carrera subió a los por fuerza insuficientes barcos que el gobierno del abuelo consiguió para escapar a la bestia mordiéndolos por cuatro costados, así el poniente del mar quedara libre, pues el cielo era también un plano, quizás el más feroz en su cuadro de terror.