viernes, 28 de agosto de 2015

Para morir iguales

No sé cómo organizar las viñetas con ése título, Ohsis. Al principio pensé que debería empezar así:
No importa por donde vayamos nos acompaña la fotografía de un muchacho. Tiene dieciocho años, la piel mulata parece de aceite, los cabellos se le ensortijan y los brillantes ojos negros sonríen.
Al poco de recordar esta estampa que presidía el hogar de Mario el Jarocho, recibí la cita de la Corte de Medianoche(1):
Igualitito que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa, duermo plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-¡Eh, tú, vago!, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte?
Claro, no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema, sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangrienta quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa adelante y ojos de capulín. 
-¡Comadre! –le digo harto contento de verlo luego de casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Pues que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcancé a preguntar antes de que como en un sueño apareciéramos en el patio de un castillo cuyas troneras echaban humo de fábrica.
Frente a nosotros, el abuelo, Filiberto, uno de los muchachos que no murió en 1524; Bryan O´Donnell, Artemio, la niña que perdió una pierna en un bombardeo, Felícitas, Malena, doña Josefina, Esther, el propio Jarocho,  en gigantescas representaciones de sí mismos se sentaban a una mesa en lo alto.
En la multitud alrededor había muchos rostros conocidos y el resto tenía un impreciso aire familiar.
Acostumbrado a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesitó forzar la voz para que se escuchara a través del eco profundo en el fantástico lugar.
-Mira -dijo extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has traicionado nuestra confianza.
Prometo cumplir la tarea y recuerdo a Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de predios, para que de pronto, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le fueran quién sabe a dónde y decir: 
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.
-0-
Cuanto hay aquí es a viñetas que saltan por el tiempo y el espacio, haciendo malabares para no perderse. Tratan de pueblos que se duelen y luchan. ¿En verdad pueden reconocerse entre sí los protagonistas, como un ente común?
A mi abuelo y los suyos, por ejemplo, los vemos de fines del siglo XIX a los los años 1950 en Asturias, al norte de España, y el Santo Lugar, como llamo a Ecatepec, municipio conurbado de la ciudad de México, para nosotros aparece en la década de 1970.
¿Y los irlandeses del imaginario Bryan O´Donnell transcurriendo por cientos de años hasta 1848, cuando el rastro de él se pierde al sur del Río Bravo? ¿Y Madre Primera, el Niño de Piedra y los otros divinos portentos del universo indígena de Norteamérica, hoy casi pura memoria? ¿Cómo se relacionan con los esclavos del África negra y los exilados alemanes, judíos de la Europa toda, guatemaltecos, argentinos y demás, de los mil novecientos?