lunes, 20 de febrero de 2017

Del llano y el monte

No había tiempo y el amigo me envió un contrato. Era 1977, España iniciaba lo que llamaron transición democrática y en Asturias reconstruían su historia sin censura, enfatizando los periodos desde la última República. Yo debía encargarme de la posguerra, en que se presumía una auténtica guerrilla apenas el franquismo y sus aliados internacionales sometieron esas tierras tras dieciocho meses de resistencia y algo más. 
Tenía cintas a montones en que jefes fugaos, y no necesariamente guerrilleros, y hombres y mujeres que los sostuvieron desde sus pueblos, contaban diez trágicos y a un tiempo entrañables años. 
Respondí no al ofrecimiento pues quienes estuvieron en el monte me pidieron callar heridas imposibles de cicatrizar o querían escribir su propia historia.
Si fuera un académico los traicionaría sin más, entendían ellos cuando hablababan largo y sin tapujos a la grabadora del nieto de Belarmino, hace mucho figura mitológica para buenos y, sobre todo, malos.
Callé, entonces, traicionando a cambio a esas otras y otros condenados al anonimato, que me contaron lo con mucho más importante: como el llano, según lo llamaban, sostuvo al monte, y así ambos protagonizaron una historia terrible y maravillosa, digna de grandes escritores testimoniales, como Hans Magnus Ensensberger, a quien mis compañeros y yo rendíamos culto. 
No sé en qué momento de este cuaderno meteré cositas sobre aquello. Ya empecé, nietos, al hablar del viaje con El Roxu, Encarna y Marcelo buscando a Sandalio, mi bisuabuelo. 
Avancé ya también unos párrafos sobre los propios orígenes de "la transición", cuando inmejorablemente bien recibido iba y venía por el Nalón y su rosario minero a lo largo, donde Belarmo se hizo hombre. 
El buen trato lo recibía a la vez de quienes escenificaban un nuevo asalto al cielo, que yo estaba seguro fracasaría. Aquí el secreto no eran mis antepasados sino nuestro Santo Lugar y el otro "barrio solidario del futuro", de Filiberto, llamésmolo dando justo reconocimiento al zapatero industrial que me formó sin saberlo bien a bien, quien injustamente terminaría en un psiquiátrico.
Para morir iguales refrenda así su espíritu, que declaro al inicio: reunir historias de los de abajo y sus luchas, en distintos tiempos y lugares, alcanzando al presente, en el cual quizá dirimimos la utopía como nunca antes. Hoy y ayer se juntan y gritan, para ustedes antes que nadie, nietos a quienes veo cumplirnos por fin a todas y todos. 
Como en el resto de los cuadernos, guío la narración para facilitarla y a veces porque fui actor, no importa si secundarísimo, e introduzco mis sensaciones -y no ideas, en general, que sabemos soy muy torpe con ellas.
Es una crónica, resumidamente, y ratos se da permisos, aprovechando la imaginación de mitos y leyendas.      
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