La primera hermana
del abuelo sirve en la finca de un médico. El ama es remilgosa y malhumorienta,
un día llama Guarra a la niña, que se
acerca al hogar de la familia, entre llantos se sincera con la madre y da
marcha atrás. La mañana siguiente Belarmino, con doce años
encima, es enterado del asunto y no duda: va a buscarla, dice cuatro verdades a
los patrones y la saca para siempre de allí.
Los cuadernos traen una y otra vez a colación a mi abuelo, en ocasiones bromean con él y sobrentienden su historia.
A mis ojos esa anécdota que acabo de contar es clave. La familia trastabilla económicamente y por salvarle el orgullo el muchachito le arranca un ingreso. Los progenitores callan al parecer, digo, pues en la selección de recuerdos no hay protestas por ello y el respeto al abuelo apenas muchacho encaja con cuanto sé.
Sandalio y Cándida, sus padres, presumo otra vez, tienen enormes dificultades para entender la vorágine industrial, así sea un alivio extraordinario en vidas que estaban condenadas a repetir viejas miserias.